Maldito el día en que di
paso a la frontera
y cabalgabas rumbo fijo al
corazón.
Te hacías dueña del latir
y del pensar
y me enganchabas al bombeo
de tu amor.
Y con la ausencia del dolor
y aquella paz colmando la
razón
ahogabas toda mi ansiedad
en un inmenso lago
artificial.
De venta en los callejones
y en los lúgubres rincones
de mi ciudad.
Como en cualquier amor
el primer mes fue el bueno
y pronto, pronto
desapareció el placer.
Tu solo nombre avivaba en
mí el deseo
que alimentabas con un
agujero nuevo.
Pero después aquel temblor
bañado por el agua del
sudor
mil veces intenté aguantar,
mil veces más te tuve que
buscar.
Te encontré en los
callejones
y en los lúgubres rincones
de mi ciudad.